Taller de ética y
valores Nº3.1
Grado 9º
Tema: Ser solidarios
Hay muchas situaciones de sufrimiento en el mundo actual que nos llevan a
pedir solidaridad a toda la sociedad para mitigarlas; poblaciones afectadas por alguna
catástrofe de la naturaleza, familias condenadas a la miseria por la enfermedad
o la imposibilidad de trabajar, poblaciones arrasadas por la guerra, personas que por
nacimiento o por accidente quedan inválidas, grupos étnicos que han sido
marginados del progreso moderno, naciones pobres o empobrecidas del tercer
mundo, etc.
Son situaciones que salen del ámbito de la justicia, ya que a nadie se le puede hacer
responsable en estricto derecho de haber causado tal situación. Sin embargo,
sentimos que debemos hacer algo para ayudar a esas personas que sufren. En ese
caso no podemos hacer otra cosa que acudir a los sentimientos de bondad y
compasión que brotan espontáneamente en el ser humano. La solidaridad es un
valor que cada día cobra más fuerza en la sociedad, con independencia de
cualquier motivación religiosa o ideológica.
[…] La solidaridad se puede dar en
situaciones muy diferentes. A veces al interior de un mismo grupo, pequeño o
grande, para asegurar el logro de sus interese, por ejemplo, en un sindicato se
pide a los miembros solidaridad para apoyar la huelga. Otras veces, entre
grupos que parecen no tener vínculo alguno entre sí, cuando se pide ayuda en
los países del primer mundo para una población del tercer mundo que ha sido
víctima de un desastre natural. Otras veces, dentro de un grupo en que se da
mucha desigualdad de bienestar entre sus miembros y se pide a los más
afortunados ayudar a los más necesitados.
[…] Esto nos permite intentar definir la solidaridad como la aceptación de un vínculo con otras personas,
cercanas o lejanas, que se encuentran en situación de necesidad, el cual nos
impone la obligación moral de ayudarlas a salir de dicha situación. La
capacidad de conmovernos ante el sufrimiento que afecta, o puede afectar, a
otros seres humanos o a nuestro mismo grupo es la que nos lleva a
solidarizarnos con personas o grupos extraños y con los demás miembros de
nuestro grupo.
Son las condiciones mismas de la existencia humana las que nos obligan a
ser solidarios. Podemos mencionar la mortalidad a la que estamos sometidos
todos por igual, la vulnerabilidad
física y psicológica, la limitación de recursos en el planeta Tierra y la
fragilidad de los ambientes naturales, las penalidades que entraña el trabajo y
el progreso, las amenazas que soporta cualquier vínculo de unión y forma de
convivencia.
Individualismo contra solidaridad
No es tan extraño encontrarnos con personas que raras veces dan muestras de
solidaridad. Si acaso se muestran solidarias con familiares, compañeros de
trabajo o amigos; pero nunca con personas ni grupos desconocidos. Oímos con
frecuencia las expresiones como las siguientes: “Bastantes problemas tengo yo
como para ponerme a ayudar a otros”; “si trabajaran un poco más y construyeran
mejor sus casa, no les pasarían esas calamidades”, “si están en la miseria es
porque no ahorran”; “lo que yo tengo me ha costado mucho trabajo, no voy a
regalárselo ahora”; “yo qué voy a dar dinero a esa organización, quién sabe si
les llegará a los necesitados o se quedarán con él los organizadores”. Hay
quienes van más lejos y dan argumentos en contra de la solidaridad; éstos son
insolidarios por principio. Estos argumentos suelen prevenir de la idea
evolucionista de la supervivencia de los más fuertes. La supervivencia y el
mejoramiento de la especie dependen de que se hagan más fuertes los individuos
más capaces para sobrevivir, y desaparezcan los más débiles. Mantener
artificialmente a los débiles, que no sobrevivirán por sí mismos, significa
desperdiciar recursos y empobrecer las posibilidades de desarrollo de la
especie. El liberalismo económico, individualista por principio, lleva este
pensamiento en sus entrañas.
La falta de solidaridad nos perjudica a todos. La interdependencia que a
todos nos afecta, en cualquier tipo de sociedad: ¡Un barrio, una ciudad, una nación, la comunidad de naciones!, nos
obliga a tener actitudes solidarias.
[…] La calidad de vida en una sociedad depende directamente de la
solidaridad que se da entre sus miembros. El abandono de la solución de los
problemas en manos de políticos egoístas y corruptos, el encerrarse en casa
preocupados sólo por la propia seguridad y el propio bienestar el desentenderse
de los problemas de los más pobres, etc, va haciendo que aumenten los problemas
sociales y se deterioren las condiciones de convivencia.
[…] Si no hay solidaridad para solucionar a tiempo los problemas de los
grupos y de las personas que están en grave necesidad, poco a poco se va
deteriorando la calidad de vida de todos y surgen problemas graves que ponen en
peligro la convivencia y la gobernabilidad.
Egoísmo y alteridad en la
solidaridad
[…] La solidaridad puede darse con fines claramente egoístas para beneficio
de un grupo, implicando incluso perjuicio para otras personas. A veces la
solidaridad es para delinquir o para ocultar delitos. En estos casos no se
trata del valor de la solidaridad, sino del egoísmo del grupo que busca sus
propios intereses, en perjuicio de la sociedad. El valor moral de la
solidaridad radica en la bondad de la acción que se lleva a cabo en beneficio
de otros. La acción puede ser egoísta o altruista y, en el primer caso, puede entrañar
perjuicios para otros, lo cual la vuelve injusta.
El deber de practicar la solidaridad al interior de un grupo para obtener
beneficios y vivir mejor no es algo que necesite mayor fundamentación.
Cualquier persona inteligente la pondrá en práctica. Lo que sí necesita
reforzarse es el sentido de la solidaridad como un deber de ayudar a otros en
beneficio exclusivamente de ellos mismos, y esto sólo es posible cuando se
tiene conciencia del valor del “otro” como persona, con la misma dignidad y el
mismo derecho a ser feliz que yo. Así como el amor propio nos ayuda a
perfeccionarnos, a progresar, a ser felices, el amor al otro, la “alteridad”
como actitud de apertura y comprensión de las personas diferentes a mí,
constituye la fuerza que nos impulsa a ser solidarios y construir una humanidad
más feliz.
La auténtica solidaridad es intencionalmente universalista. No se reduce al
interior de las fronteras de las comunidades a que uno pertenece, sean éstas
pequeñas, como la familia, o grandes, como la nación, sino que se abre a todos
los grupos humanos, próximos o extraños. La solidaridad hace que nos sintamos
miembros responsables de la comunidad universal de personas, tanto de las
generaciones actuales como de las futuras, e incluso de la gran comunidad de
los seres vivos. El fundamento de esta solidaridad universal radica en que
habitamos el mismo mundo y tenemos un destino común.
Actividad
1. Nombra algunos sufrimientos humanos que sean cercanos a
ti o a tu entorno familiar.
2. ¿Crees que la compasión es un sentimiento que surge en el
ser humano de manera natural?
3. Piensa de qué manera los daños ecológicos y la escasez de
recursos naturales exigen que haya solidaridad entre las naciones.
4. ¿Qué opinas respecto a que la mayoría de estas personas
suelen ser defensoras de la democracia y se dicen cristianas?
5. Planea la realización de un acto de solidaridad que
contribuya al bienestar de un grupo de personas. Acuda a la creatividad para
conseguir los recursos y recuerde que los seres humanos no sólo necesitan
ayudas materiales sino también afecto y compañía.
Taller de ética y
valores Nº3.3
Grado 9º
Tema: ¿Quién tuvo la
culpa?
Cuando a Fernando lo llamaron a la rectoría,
no entendió el motivo. Lo mismo pasó con Antonia y con la profesora de inglés y
el profesor de educación física, y con todos los demás que iban entrando poco a
poco al despacho. El tiempo había pasado y el rector citaba a una reunión que
se centraría en algo que había sucedido un mes atrás. Habían sido treinta días
para recapacitar y medir responsabilidades, para averiguar e intentar
reconstruir los hechos. Treinta días de paciencia y reflexión, en los cuales el
cerebro del rector había pasado de la estupefacción al disgusto, del asombro a
la risa, de la ternura a la rabia, de la indignación a la tolerancia.
Ahora, cuando todos los implicados estaban
reunidos, el rector sabía muy bien lo que había sucedido y estaba seguro de lo
que tenía que decir.
— ¿Saben ustedes por qué razón los he citado
esta mañana? —preguntó sin dudar.
Ninguno de los presentes estaba muy seguro y,
por tanto, guardaron un prudente silencio.
—Repito, ¿saben ustedes por qué están aquí?
—Presumo que por alguna razón académica
—respondió la profesora de inglés.
—No. No es una razón estrictamente académica
lo que hace que estemos hoy aquí reunidos. Es más bien una cuestión de
ecología.
—Pero, señor rector, creo que las actividades
de este periodo ya estaban definidas. Yo misma hablé con usted la semana
pesada. ¿Hay algún cambio que deba comunicarnos? —comentó la profesora de
biología.
—Y si se trata de ecología, ¿qué hacemos los
profesores de gimnasia y de idiomas en esta reunión? —preguntó el profesor de
educación física.
—La razón, mis queridos colegas, es que hoy
vamos a hablar de una ecología que no tenemos casi nunca en cuenta y que es,
probablemente la más importante de todas. Estamos aquí reunidos, en mi oficina,
para hablar del partido de fútbol que terminó en batalla campal y dejó a varios
alumnos con heridas, y al colegio muy mal respecto a su capacidad de educar, de
transformar los instintos violentos en algo más humano, más racional, más digno
de las personas que creemos ser.
— ¿Qué creemos? —comentó la profesora de
inglés.
—Sí, profesora, que creemos. Cuando sucede
algo tan desafortunado, como ver a nuestros alumnos encarnizados en un combate
absurdo, golpeándolo con saña y haciendo sangrar los rostros de los que debían
ser sus amigos y compañeros, mientras los profesores brillamos por nuestra
ausencia (estemos o no presentes), entonces vale la pena preguntarnos, qué tipo
de personas somos y si el buen concepto que tenemos de nosotros mismos se
justifica de alguna manera.
— ¿Estemos o no presentes? ¿Cómo podemos
brillar por nuestra ausencia estando presentes, señor rector? —argumentó el
profe de español.
—Me alegra que haya reparado en ese detalle,
profesor. Sí. Ese triste día del partido de fútbol, muchos de nosotros no
estábamos presentes por encontrarnos en actividades que nos capacitan mejor
para nuestra labor como decente, pero los pocos maestros que permanecieron en
la institución estaban, en mi opinión, más ajenos a la situación que los que
habíamos salido.
—Señor rector, no estará insinuando que…
—comenzó a decir el profe de educación física.
—No, profesor, no estoy insinuando nada. Lo
estoy afirmando. Usted y la querida profesora de inglés, la señora Jenny,
tuvieron un comportamiento absolutamente censurable, y si no he dicho nada en
este tiempo es porque quería estar plenamente seguro de lo que había pasado. Quería
cerciorarme, escuchar diferentes versiones y tener un panorama más amplio de lo
acontecido. Pero hoy no tengo ninguna duda. La actitud de ustedes dos fue
vergonzosa.
—Disculpe, señor, pero me parece que la culpa
fue de nosotros, los estudiantes. Fuimos los jugadores los que nos enredamos en
una lucha de puños y patadas que no tenía nada que ver con el fútbol. Los
profesores no tuvieron que ver en eso —aseguró Fernando, con la certeza de que
la culpa era más de sus compañeros y de él mismo que de ningún otro.
—Qué bueno que hable, señor Fernández, porque
usted es uno de las más grandes defensores de los animales, junto con la
señorita Jenny.
—Me perdona, rector, pero no veo la relación
que pueda existir entre los lamentables sucesos partidos de fútbol y el hecho
de que yo defienda la justa causa de los animales. Sí, me declaro ecologista al
igual que el alumno Fernández y no veo nada de malo en eso.
—Pues si vamos a hablar de ecología, yo mismo
me declaro defensor del planeta. Recuerde, señor rector, que yo lidero las
campañas de reciclaje en el colegio —aclaró el profe de educación física.
—Precisamente. Y la señorita es la encargada
de ilustrar con bellísimos afiches esas campañas que usted lidera. No, no crea
que me olvido de nada. Conozco muy bien los intereses de ustedes. Sé que
contamos con todo un ejército de ecologistas. Es por que se me ha ocurrido
retomar el tema en esta reunión.
Hubo un silencio largo en la sala.
—Estoy dispuesto a aceptar cualquier sanción
—dijo finalmente Fernando, al no lograr comprender las palabras del rector.
—Nadie ha hablado de sanciones —aclaró Antonia,
temiendo que una de las posibilidades fuera que su novio tuviese que emigrar del
colegio.
—Es cierto. No he hablado de sanciones. En
esta ocasión quisiera que acudiéramos a nuestra conciencia y revisáramos lo
sucedido. Tengo a los más grandes ecologistas del colegio reunidos en mi
oficina y sé que ustedes pondrían el grito en el cielo si les comunicara que
voy a organizar una matanza de tortugas, o que voy a poner de moda las peleas
de perros en los recreos, ¿no es verdad? —aseguró el rector con una sonrisita
enigmática.
— ¡Claro! —dijeron en coro tres de los
presentes.
—Muy bien. Pues lo que se presenció durante
el partido de fútbol del que estamos fue una pelea de animales feroces e
implacables, que no dudaron en hacer sangrar a sus congéneres y que tampoco
vacilaron en golpear incluso a las mujeres.
Los estudiantes se ruborizaron. Fernando
recordó lo sucedido con Antonia. Los profesores miraron con gesto severo a los
alumnos. El rector continuó.
—Pero fue aún más triste la actitud de la
profesora de inglés, quien optó por ignorar la situación escondiéndose, o la
actitud del profesor de educación física, quien consideró que era absolutamente
normal que los hombres solucionaran sus problemas a punta de puños y patadas
¡Eso es más que vergonzoso!
El silencio fue general.
—Sí, queridos alumnos y estimados profesores.
Lo que sucedió es vergonzoso y el principal
culpable soy yo. Mi deber es velar por la formación de los estudiantes y
por qué haya una buena convivencia entre todos. Al parecer en algo me he
equivocado. Los maestros eludieron su responsabilidad y ustedes, muchachos, se
comportaron como los salvajes que matan y torturan animales. Hoy no aplicaré
ninguna sanción. Sólo quiero recordarles que el ser más valioso de la creación
es el ser humano, y que mientras éste sea infeliz o actúe de forma violenta,
todo nuestro discurso ecológico sonará vacío e hipócrita. Comencemos por el
trato que nos damos unos a otros. Nuestra paz es tanto o más importante que las
tortugas o los delfines del Amazonas. Defendamos a todos los seres vivos, pero
no olvidemos que el ser humano está primero. Quiero que dentro de ocho días
traigan propuestas concretas sobre esta ecología
humana que tanto me preocupa. Hasta entonces.
Actividad
1. ¿Recuerdas algún momento de tu vida en el que hayas
pasado por etapas tan contradictorias.
2. ¿Qué persona crees que eres? Haz una breve descripción.
3. ¿Alguna vez te has sentido ausente, aunque tu cuerpo esté
presente?
4. Según lo que leíste. ¿Quién o quiénes fueron los
verdaderos culpables de lo sucedido?
5. Si fueras sido el rector, ¿qué sanciones habrías
aplicado? ¿Por qué?
6. En tu opinión, ¿cuál debió haber sido la actitud correcta
de los dos profesores?
7. Imagina que eres uno de estos estudiantes y elabora una
propuesta para preservar en buen estado, el ambiente humano de tu institución
escolar.
Taller de ética y
valores Nº3.5
Grado 9º
Tema: EL mercader de
Venecia
PORCIA. — ¿Es que no puede rembolsar el dinero?
BASSANIO. —Sí, ofrezco entregárselo aquí ante el tribunal. Más
aún ofrezco dos veces la suma Si no basta, me obligaré a pagar diez veces la
cantidad, poniendo como prenda mi cabeza, mis manos, mi corazón; si no es
suficiente aún, está claro entonces que la maldad se impone a la honradez.
Os suplico por una sola vez que hagáis flaquear la ley ante vuestra
autoridad, haced un pequeño mal para realizar un gran bien y doblegad la
obstinación de este diablo cruel.
PORCIA. —No puede ser; no hay fuerza en Venecia que pueda
alterar un derecho establecido; un precedente tal introducirla en el Estado numerosos abusos; eso
no puede ser.
SHYLOCK. — ¡Un Daniel ha venido a juzgarnos, sí, un Daniel! ¡Oh
joven y sabio juez, cómo te honro!
PORCIA. — ¡Dejadme, os ruego, examinar el pagaré.
SHYLOCK. —Vedle aquí, reverendísimo doctor, vedle aquí.
PORCIA. —Shylock se te ofrece tres veces tu dinero.
SHYLOCK. —Un juramento, un juramento, he hecho un juramento al
cielo. ¿Echaré sobre mi alma un perjurio? No, ni por Venecia entera.
PORCIA. —Bien; este pagaré ha vencido sin ser pagado, y por las
estipulaciones
consignadas en él, el judío puede legalmente reclamar una libra de carne, que
tiene derecho a cortar lo más cerca del corazón de ese mercader. Sed compasivo,
recibid tres veces el importe de la deuda; dejadme romper el pagaré.
SHYLOCK. —Cuando haya sido abonado conforme a su tenor. Parece
que sois un digno juez; conocéis la ley; vuestra exposición ha sido muy sólida.
Os requiero, pues, en nombre de la ley; de la que sois una de las columnas más
meritorias, a proceder a la sentencia. Juro por mi alma que no hay lengua
humana que tenga bastante elocuencia para cambiar mi voluntad. Me atengo al
contenido de mi contrato.
ANTONIO. —Suplico al tribunal con todo mi corazón que tenga a
bien dictar su fallo.
PORCIA. —Pues bien; aquí está entonces. Os es preciso preparar
vuestro pecho al cuchillo.
SHYLOCK. — ¡Oh noble juez! ¡Oh excelente joven!
PORCIA. — En efecto, el objeto de la ley y el fin que persigue
están estrechamente en relación con la penalidad que este documento muestra que
se puede reclamar.
SHYLOCK. —Es muy verdad, ¡oh juez sabio e íntegro! ¡Cuánto más
viejo eres de lo que indica tu semblante!
PORCIA. —En consecuencia, poned vuestro seno al desnudo.
SHYLOCK. —Sí, su pecho, es lo que dice el pagaré, ¿no es así,
noble juez? “El sitio más próximo al corazón”, tales son los términos precisos.
PORCIA. —Exactamente, ¿Hay aquí balanza para pesar la carne?
SHYLOCK. —Tengo una dispuesta.
PORCIA. —Shylock, ¿habéis tomado algún cirujano a vuestras
expensas para vendar sus heridas, a fin de que no desangre y muera?
SHYLOCK. — ¿Está eso enunciado en el pagaré?
PORCIA. —No está enunciado; pero ¿qué importa? Sería bueno que
lo hicieseis por caridad.
SHYLOCK. — ¡No veo por qué!, ¡No está consignado en el pagaré!
PORCIA. —Acercaos, mercader, ¿tenéis algo que decir?
ANTONIO. —Poca cosa. Estoy armado de valor y preparado para mi
suerte. Dadme vuestra mano, Bassanio, ¡adiós! No sintáis que me haya ocurrido
esa desgracia por vos, pues en esta ocasión la fortuna se ha mostrado más
compasiva que de costumbre. Es su hábito dejar al desdichado sobrevivir a su
riqueza para contemplar con ojos huecos y arrugada frente una pobreza
interminable. Pues bien; ella me libra del lento castigo de semejante miseria.
Encomendadme al recuerdo de vuestra honorable mujer; preferible todas las peripecias del fin de
Antonio: decidle cómo os quería, hablad bien de mí después de mi muerte, y
cuando vuestro relato haya terminado, instadle a que decida si Bassanio no era su
verdadero amigo un tiempo No os arrepintáis de perder vuestro amigo y él no se
arrepentirá de pagar vuestra deuda; pues si el judío corta bastante
profundamente, voy a pagar vuestra deuda con mi corazón entero.
BASSANIO. —Antonio, estoy casado con una mujer que me es tan
querida como la vida misma; pero la vida, mi mujer, el mundo entero no me son tan caros como tu
vida. Sacrificaré todo, lo perderé todo por librarte de ese diablo.
PORCIA. —Si vuestra mujer estuviese aquí cerca y os oyera hacer
un ofrecimiento parecido, os daría bien pocas gracias por ello.
GRACIANO. —Tengo una mujer que amo, lo declaro. Pues bien,
quisiera que estuviera en el cielo, a fin de que intercediese con alguna potencia divina para
cambiar el corazón de ese feroz judío.
NERISSA. —Hacéis bien de expresar un voto como ése en su
ausencia. Expresado en su presencia, turbaría la tranquilidad de vuestra casa.
SHYLOCK. — (Aparte) He
aquí los maridos cristianos. Tengo una hija; mejor hubiera querido que se
casase con uno de la raza de Barrabás que vería con un cristiano por esposo. (En voz alta) Perdemos tiempo, te lo
ruego, acaba tu sentencia.
PORCIA. — Te pertenece una libra de carne de ese mercader, la
ley te la da y el tribunal te da y el tribunal te la adjudica.
SHYLOCK. — ¡Rectísimo juez!
PORCIA. —Y podéis cortar esa carne de su pecho. La ley lo
permite y el tribunal os lo autoriza.
SHYLOCK. — ¡Doctísimo juez! ¡He ahí una sentencia! ¡Vamos,
preparaos!
PORCIA. —Detente un instante; hay todavía alguna otra cosa que
decir. Este pagaré no te concede una gota de sangre. Las palabras formales son
éstas: una libra carne. Toma, pues,
lo que te concede el documento; toma tu libre de carne. Pero si al cortarla te
ocurre verter una gota de sangre cristiana, tus tierras y sus bienes, según las
leyes de Venecia, serán confiscados
en beneficio del Estado de Venecia.
GRACIANO. — ¡Oh juez íntegro! ¡Adviértelo, judío! ¡Oh recto juez!
SHYLOCK. — ¿Es está la ley?
PORCIA. —Verás tú mismo el texto; pues ya que pides justicia,
ten por seguro que la obtendrás, más de lo que deseas.
GRACIANO. — ¡Oh docto juez! ¡Adviértelo, judío!, ¡Oh recto juez!
SHYLOCK. —Acepto tu ofrecimiento entonces; páguenme tres veces
el valor del pagaré y déjese marchar al cristiano.
BASSANIO. —Aquí está el dinero.
PORCIA. — ¡Despacio! El judío tendrá toda su justicia.
¡Despacio! Nada de prisas. No tendrás nada más que la ejecución de las
cláusulas penales estipuladas.
GRACIANO. — ¡Oh judío! ¡Un juez íntegro, un recto juez!
PORCIA. —Prepárate, pues, a cortar la carne; no viertas sangre
y no cortes ni más ni menos que una libra de carne; si tomas más o menos de una
libra precisa, aun cuando no sea más que la cantidad suficiente para aumentar o
disminuir el peso de la vigésima parte de un simple escrúpulo; más aún si el
equilibrio de la balanza se descompone con el peso de una cabello, mueres, y
todos tus bienes quedan confiscados.
GRACIANO. — ¡Un segundo Daniel, judío, un Daniel! Aquí os tengo
ahora, en la cadera, pagano.
PORCIA. — ¿Por qué se detiene el judío? Toma tu retractación.
SHYLOCK. —Dadme mi principal y dejadme partir.
BASSANIO. —Tengo el todo preparado para ti; aquí está.
PORCIA. —Lo ha rehusado en pleno tribunal. Obtendrá estricta
justicia y lo que le conceda su pagaré.
GRACIANO. — ¡Un Daniel, te lo repito, un segundo Daniel! Te doy
las gracias, judío, por haberme enseñado esa palabra.
SHYLOCK. — ¿No conseguiré pura y simplemente mi principal?
PORCIA. —No tendrás sino la retractación estipulada para que a
tu riesgo la tomes, judío.
SHYLOCK. —Pues bien; entonces que el diablo le dé la
liquidación. No me quedaré aquí más tiempo discutiendo.
PORCIA. —Aguarda, judío; la ley tiene todavía otra cuenta
contigo. Está establecido por las leyes de Venecia que si se prueba que un extranjero,
por medios directos o indirectos, ha buscado atentar contra la vida de un
ciudadano, una mitad de sus bienes pertenecerá a la persona contra la cual ha
conspirado, y la otra mitad al arca reservada del Estado, y que la vida del
ofensor dependerá enteramente de la misericordia del dux, que podrá hacer
prevalecer su voluntad contra todo fallo. He aquí, a mi juicio, el caso en que
te encuentras, porque es evidente, por tus actos manifiestos, que has
conspirado directa y también indirectamente contra la vida misma del demandado,
e incurrido, por tanto, en la pena precedentemente enunciada por mí.
Arrodíllate, pues, e implora la clemencia del dux.
Actividad
1. ¿Cuál crees que es la única ley que no podemos ni debemos
eludir?
2. ¿Te parece que la caridad es un buen argumento para
faltar a una ley?
3. ¿Crees que, en ocasiones, podemos tener derechos que van
en contra de lo que nos dicta la conciencia? Cita algún ejemplo.
4. ¿Qué es para ti la justicia? Redacta una definición.
5. ¿Conoces casos de personas que estén dispuestas a
producir sufrimiento y muerte con tal de que sus leyes se cumplan, o de obtener
los beneficios de alguna ley?
Taller de ética y
valores Nº3.7
Grado 9º
Tema: ¿Qué
entendemos por personalidad?
Resulta muy interesante hacer una excursión etimológica del término personalidad para ir descubriendo sus entresijos. Las distintas acepciones nos muestran matices y
vertientes que nos ayudan afirmar dicho concepto.
1. Personare: palabra latina que significa “resonar a través de algo” y, del griego prosopon, “cara, rostro, máscara”. Ambas
tienen un fondo común, ya que en el mundo grecorromano la personalidad era la máscara que se
ponían los actores, a través de la cual
salía resonando su voz. La vida es como un teatro en el cual uno desempeña un
papel, muestra una conducta, juega un determinado rol. También tiene relación
el término latino perisoma, que alude a “lo que rodea el
cuerpo, incluida la ropa”, ya que el vestido suele entenderse como una
prolongación del mismo que va más allá de las apariencias.
2. Per se unum: procedente del latín, esta construcción se refiere a la “unidad sintética”.
Uno-a-um significa lo único, lo
singular, lo peculiar u original; es decir, aquello que caracteriza.
3. Phersum: palabra de origen latino que se refiere a espejo. La personalidad es aquello que primero se ve a través del
cuerpo y, en especial, de la cara. También existe el término speculum, del mismo significado.
4. Rostrum: “pico de las aves” y, en segunda acepción, “hocico” de los animales. Por
extensión, “espolón o proa de un navío”. La cara es lo primero que se observa
del otro y su geografía está llena de riqueza expresiva.
Tras este recorrido, ya podemos realizar una primera aproximación; la
personalidad, es aquel conjunto de elementos físicos, psicológicos, sociales y
culturales que se alojan en un individuo. Así pues, ingredientes diversos que
forman una totalidad […]
La personalidad es aquel conjunto de pautas de conductas actuales y
potenciales que residen en un individuo y que se mueven entre la herencia y el
ambiente. De esta definición emergen dos ideas importantes que, junto a otras,
van a marcar las diferencias entre unas personalidades y otras; lo hereditario
frente a lo adquirido, el equipaje genético frente al ambiente. Por tanto, y aunando referencias,
podemos decir que la personalidad es una estructura organizada y sintética, en
movimiento, que abarca el cuerpo, la fisiología, el patrimonio psicológico y
las vertientes social, cultural y espiritual. Se trata, pues, de una complicada
matriz que deambula entre las disposiciones biológicas y el aprendizaje, y que
da lugar a una serie de conductas manifiestas y encubiertas, públicas y
privadas, externas e internas, ostensibles y ocultas, que nutren la forma de ser. […]
Siguiendo esta premisa, podemos afirmar que la personalidad es un estilo de
vida que afecta a la forma de pensar, sentir, reaccionar, interpretar y
conducirse por ella. Esta definición hace referencia a cuatro áreas: el
pensamiento, la afectividad, la manera de afrontar las circunstancias que se
nos van presentando a lo largo de los años y, por último la consecuencia de
todo eso, que determina un tipo concreto de actuación. Es esencial que esta
manera se encuentre fuertemente arraigada en el sujeto, sea sólida y no resulte
fácil cambiarla.
Nuestra personalidad es nuestra mejor relación pública. Es como una
orquesta, compleja y diversa, con muchos instrumentos que cumplen una función
específica, pero cuyo resultado es una sinfonía; la conducta con sello propio,
La persona es el director de la
orquesta. […]
Con mucha frecuencia decimos que alguien nos sorprende por su fuerte
personalidad. Además de notarse en el lenguaje que utiliza dicha persona, en
sus gestos y en sus modales, la personalidad asoma a la cara, que es el espejo
del alma. Ciertamente, al rostro vienen los paisajes interiores, que de alguna
manera reflejan lo que está sucediendo en nuestra propia intimidad, en
cualquiera de las partes de nuestro cuerpo. En la cara reside la esencia de la
persona; ella nos resume. Dicho de un modo más rotundo, la personalidad está
presente en la cara, vive en ella. Cuando nos encontramos con alguien, la
primera relación que se establece es facial, es decir, cara a cara. Y
esencialmente ocular. ¡Dicen tanto los ojos! Tienen su propio lenguaje, son como
semáforos cuyas señales hablan de amor, ternura, pasión, desagrado, sorpresa,
melancolía…, toda gama afectiva emerge de ellos. En conclusión, la cara y las
manos, como partes descubiertas del cuerpo, son las que más expresan nuestros
sentimientos.
En la cara tiene la persona su residencia, su chef soi.
Muchas expresiones sencillas, de uso diario, reafirman esta idea del rostro
como espejo del alma; por ejemplo: “dio la cara” “no me gustó su cara”, “¡la
cara que puso!”, “no me olvido de aquella cara”… Por ello decimos que la cara
es programática, porque anuncia la
vida como un proyecto propio. En ocasiones su lenguaje es difícil de descifrar,
porque puede tener un doble sentido y, por tanto, prestarse a confusión. […]
Resumiendo, podemos decir que la historia psicológica del concepto personalidad se ha movido en la
perspectiva interiorista, es decir,
aquello que se encuentra almacenado dentro del individuo, y la perspectiva exteriorista, que hace referencia a lo
que se encuentra fuera.
Actividad
1. Explica con tus palabras qué entiendes por personalidad.
2. Consigue una revista o un periódico. Recorta un rostro
que le llame la atención y pégala en el cuaderno. Escribe la historia de esta
persona de esta persona, a partir de lo que comunica la expresión de su cara.
3. Piensa en un personaje público o histórico a quien
admires. Comenta cuáles de los rasgos de su personalidad te gustan y por qué.
4. ¿Por qué se puede comparar la personalidad con una
orquesta? Explica.
5. Mírate al espejo y responde para ti: ¿Qué refleja tu
cara? ¿Qué dicen tus ojos?
6. Teniendo en cuenta que lo que define a una persona no es
su nombre ni su profesión ni el cargo que ocupa, ¿qué es para ti una persona?
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